Antes de cumplir los 80 años, Olga Ijuma comenzó a perder el apetito, y luego, poco a poco, las ganas de levantarse de la cama. La muerte de su esposo había abierto una grieta difícil de cerrar, pero fue el diagnóstico de fibrosis pulmonar lo que terminó por agravar su salud mental.
“Mi mamá pensó lo peor: que tenía cáncer, que se iba a morir de repente”, recuerda Claudia, su tercera hija, quien desde entonces se encarga de cuidarla.
El confinamiento por la pandemia profundizó ese aislamiento. Olga, que durante años había sido agente comunitaria de salud —acostumbrada a recorrer su distrito de Carabayllo, escuchar y acompañar a otros—, se vio de pronto encerrada, sin una rutina que la sostuviera. No fue sino hasta este año que pudo nombrar aquello que sentía desde hacía tiempo: depresión.
“Pasaba mucho tiempo sola”, dice.
La situación empezó a cambiar cuando se incorporó a una iniciativa del programa de Salud Mental de Socios En Salud (SES), inspirada en el modelo internacional Do More, Feel Better. El proyecto ayuda a las personas mayores a retomar actividades que les dan sentido y placer, como una forma de recuperar el ánimo y reducir la tristeza.
A través del acompañamiento de personas voluntarias capacitadas —en este caso, agentes comunitarias de salud—, cada participante encuentra apoyo para volver a moverse, compartir y reconectarse con su entorno.

La depresión en las personas mayores: un problema invisible
Entre las personas mayores, la depresión suele llegar en silencio. Se confunde con el cansancio o con el paso natural de los años, pero detrás de esa aparente calma hay un malestar que rara vez se nombra. Durante la pandemia, el aislamiento y la interrupción de las rutinas agravaron esa fragilidad emocional, según estudios del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos.
En el Perú, donde casi el 14 % de la población supera los sesenta años, la depresión en las personas mayores representa un desafío urgente de salud pública. Las pérdidas familiares, el deterioro físico y la falta de redes de apoyo aumentan el riesgo, mientras que las dificultades para acceder a servicios especializados prolongan el sufrimiento en silencio. Se estima que 2 de cada 10 personas mayores llegan a tener pensamientos suicidas, una cifra que revela la magnitud del problema y la urgencia de abordarlo desde la comunidad.
“Ante ello estamos incorporando la activación conductual a través del proyecto Kusi Tayta”, explica Margot Aguilar, responsable del proyecto en el programa de Salud Mental de SES. “Consta de nueve sesiones desarrolladas por agentes comunitarias de salud en los hogares de las personas mayores. Buscamos reducir los síntomas depresivos ayudándoles a reconectarse con actividades significativas en su vida cotidiana”.
Se estima que 2 de cada 10 personas mayores llegan a tener pensamientos suicidas.
Olga Ijuma conoció a Socios En Salud gracias a una de sus hijas, quien recibe atención por un trastorno mental severo. Fue durante una de esas visitas que el equipo le propuso participar en la nueva intervención.
Cada semana, una agente comunitaria de salud llegaba a su casa, se sentaba con ella y le preguntaba cómo se sentía. A veces Olga respondía con cansancio; otras, con una leve sonrisa. “Ella me preguntaba cómo estaba, si había pasado un buen día o si algo me preocupaba”, recuerda. “Con el tiempo, empecé a sentirme más tranquila, con más ánimo. Era bonito tener a alguien que me visitara, que conversara conmigo. Ya no me sentía tan sola”.
Además de conversar, su acompañante le dejaba pequeñas tareas: resolver pupiletras, dibujar, hacer algo de arte. Actividades sencillas que poco a poco devolvían ritmo y propósito a sus días. Olga comenzó a levantarse más temprano, a prepararse con anticipación para las visitas, a reencontrarse con el gusto de leer o asistir a las reuniones del centro de adulto mayor de su zona.

Una vida que vuelve a moverse
Hoy, Olga, hincha de Universitario de Deportes, vuelve a esperar con entusiasmo los partidos del equipo de sus amores. También sigue llenando sus pupiletras con la misma dedicación de antes, como si cada palabra encontrada fuera una pequeña victoria.
“Me levanto con ganas de hacer cosas, de cumplir con las tareas que me dejan”, cuenta. “Me gusta ser responsable, así que me preparo con anticipación. Siento que tengo un motivo para empezar el día”.
“Le han aconsejado bastante que piense en ella, que se dé su lugar y no cargue con todo lo que pasa a su alrededor”, comenta su hija. “Eso le ha servido mucho. Ahora la veo más fuerte, más tranquila. Ya no se deja vencer tan fácil”.
En ese gesto —el de tenerlo todo listo, el de volver a moverse, el de alentar a su equipo— hay algo más que disciplina: hay una forma silenciosa, pero firme, de esperanza.